15 de diciembre de 2009

Tragedia de un amor diferente


Atiborrado de viejas carpetas, escritorios carcomidos e inservibles pizarras encontramos el único lugar oscuro y misterioso del colegio Miguel Grau. Para algunos un simple almacén, para otros el espacio perfecto de clandestinos encuentros amorosos. Ubicado en el pabellón C, este lugar ha sido testigo de amores, desamores e infidelidades; este “hueco” fue espectador secreto del inicio de un amor que terminó en tragedia.

De un encanto único, era la compañera con la mejor belleza del salón, su nombre era Paola. Cursaba el quinto año de media, sus calificaciones eran elogiadas por sus profesores, y sus padres hinchaban el pecho de orgullo por la hija que tenían. Paola era admirada por sus amigas, y perseguida por muchos pretendientes, pero su corazón tenía dueño.

Capitán de la selección de futbol del Miguel Grau, con un futuro prometedor en el mundo deportivo, su nombre era Martín. Su rendimiento académico no era merecedor de aplausos. Hijo de una madre soltera, su padre los abandonó cuando Martín nació. Tinxo, como lo llamaban sus amigos, era el amor de secreto de Paola.

Martín y Paola se juraron amor eterno el día que el colegio Miguel Grau cumplía bodas de plata. La noche era perfecta, la plana docente, los padres y los alumnos disfrutaban del espectáculo organizado para la celebración del aniversario. El lugar oscuro y misterioso del Miguel Grau estaba más sólo que nunca. Tinxo llevó a Paola a los interiores del “hueco”, los abrazos y los besos no se hicieron esperar. Para sellar su juramento de amor, Martín, le entrego a su compañera una cadena de oro, que días antes había sustraído del cofre de su madre, acompañado de la mitad de un corazón, la otra mitad se la quedó él.

Así pasó el tiempo, la etapa escolar llegaba a su fin, y ellos seguían juntos. Los recursos económicos de Martín eran escasos, por consiguiente, decidió postular a la carrera de Ingeniería en una universidad estatal. Todo lo contrarío pasaba con Paola, sus padres tenían los medios necesarios para pagarle la carrera de Publicidad en la UPP (Universidad Privada de Publicidad) una de las más caras de la región.

En la región donde vivían sólo había dos universidades: una financiada por el Estado y la otra de capitales privados. Las personas que iban a estudiar en la Estatal eran consideradas de inferior nivel socioeconómico por los jóvenes de la Privada, al igual que los de la Estatal calificaban de “niños mimados” a los de la Privada. Martín y Paola tenían como destino estos dos espacios.

Tanto Martín como Paola lograron el ingreso a sus respectivas universidades. El amor entre ellos se hacía cada vez más fuerte. Celebraron juntos su ingreso en una discoteca muy conocida de la región: bailaron, tomaron y pasaron la noche juntos. Echados sobre una cama de un cuarto de hotel, renovaron sus votos de amor eterno: juraron por segunda vez, nunca separarse.

Martín inició clases una semana después que Paola; llevaba cincos cursos completamente ligados a su carrera. Le costó adecuarse, los profesores entraban al salón de clases, y no hacían más trabajo que dejar la investigación a los alumnos de los temas a estudiar. Este método de enseñanza era sumamente pesado para Martín, pero con el paso del tiempo se fue adecuando hasta llegar a ser parte de la cabeza del Partido Renovación Estudiantil.

Paola tampoco se acostumbraba al ritmo de vida universitario que llevaba. Las siete asignaturas, de las cuales cinco formaban parte de los estudios humanísticos, hacían que cada vez le quede menos para ver a Martín. Sin embargo, Paola, se las supo ingeniar, y elaboró un horario en donde los encuentros con su novio se daban a diario por un lapso de dos horas.

Cierto día a Paola la invitaron a una fiesta en casa de una de las chicas más conocida de la facultad. Era sábado, Paola fue de la mano con su novio. Todos los que asistieron a la fiesta se conocían, excepto Martín, quien se sentía como un tábano en la reunión. Sólo bailaron dos piezas, porque el resto de la fiesta, la novia de Tinxo, se la pasó conversando con sus amigas, quienes le presentaban a otros chicos de ciclos mayores de la UPP. Esta situación no le agrado nada a Martín; sin avisarle a Paola, salió repentinamente de la fiesta, estaba furioso. Al día siguiente tuvieron una discusión por lo sucedido la noche anterior, se dejaron de hablar por casi una semana.

La noticia del día que llenaba los titulares de los diarios de la región, decía: LA ESTATAL EN HUELGA. El Partido Renovación Estudiantil se había levantado en contra de un decreto supremo dictado por el gobierno, que establecía el recorte de presupuesto para los gastos de la universidad. Los estudiantes bloquearon todas las vías de acceso hacía la Estatal, el paro era indefinido.

Martín era el encargado de reclutar a los estudiantes. Por las mañanas se dedicaba por completo a la lucha en las puertas de la universidad, y todas las noches las tenía libres. Mientras tanto Paola estudiaba sin parar para sus exámenes finales. Martín quería estar cerca de ella, pero el horario de Paola era agotador, y las únicas horas libres las usaba para descansar. Esta situación era desesperante para Tinxo.

El Partido Renovación Estudiantil anunciaba la suspensión de las clases por el resto del año. Martín seguía en la lucha. Paola terminaba sus finales, y para celebrarlo, junto a sus amigas decidieron hacer una salida sólo de chicas. El punto de reunión: un pub en el centro de la ciudad. Las jarras de sangría venían una a una, hasta que una de las amigas decide llamar a su enamorado, este llega al pub con un grupo de amigos. A partir de ese momento cada una de las amigas se emparejó con un chico.

Martín se enteró de esa salida por intermedio de un amigo de él que también se encontraba esa noche en el pub. Agobiado por los problemas de la Estatal, la noticia de su novia con otro muchacho, hizo que su carácter empeore. Martín esperaba que Paola le cuente todo lo que sucedió esa noche, pero ella minimizó la situación y no le tomó mucha importancia a lo sucedido.

El colegio Miguel Grau estaba de aniversario, cumplía veintiséis años de vida institucional. Tinxo y Paola decidieron ir al lugar donde por primera vez se juraron amor eterno. Martín esperaba las explicaciones de Paola, pero estas nunca llegaron. Hundido en los celos y muchos otros problemas más causados por la lucha que sostenía en la universidad, el Martín de hace un año no era el mismo que el hombre de esta noche. La tensión se apoderó de él, Paola estaba asustada. El joven sacó un cuchillo de su casaca, la amenazó y le pidió que le contase lo sucedido esa noche en el pub. Paola presa del temor no podía responder. Tinxo, el capitán de la selección de futbol del Miguel Grau, el joven miembro del Partido Revolucionario Estatal, la atravesó con el cuchillo. Diez puñaladas acabaron con la vida de la mejor alumna del quinto de media y la de un futuro profesional prometedor.

1 de diciembre de 2009

Fuera de mi vista


Desquiciado, esa es la palabra que mejor define lo que soy y como me siento. Algún día tuve una casa y alguien a quien obedecer. Pero ahora me encuentro solo en esta gran ciudad, durmiendo en plazas, buscando algo que comer entre las basuras y bebiendo la vida en vertederos. A nadie le extraña mi presencia, porque ya soy parte del paisaje.


Es duro acostumbrarme al clima de la calle, cuando antes mi cuerpo se acobijaba cómodamente en una cunita de algodón, ahora lo máximo que tengo para proteger mis restos de las inclemencias del frío es un cartón chamuscado. Desde ayer tengo una herida que dificulta mi caminar, una pandilla de vagabundos me atacó cuando salía de un callejón donde hurgaba entre los desechos mi alimento del día.


La semana pasada cuando caminaba —en esta situación se camina sin rumbo, se debe aceptar lo que el destino te tiene marcado— pasé por una casa que me hizo recordar al hogar que algún día me acogió. Tenía una fachada de color amarrillo en donde tantas veces grabé con mi dorada marca un territorio protegido. Esa puerta de madera, tiene marcas, como las huellas que deje alguna vez a causa de mi desesperación por querer entrar las veces que me quedaba afuera después de perseguir el carro de mi amo cuando se iba al trabajo.


Recordé también los buenos momentos que pasaba con Kevin. Él, hasta antes de mi destierro, no pasaba de una década de vida; siempre se acercaba, acariciaba mi cuerpo, algunas veces me dejaba jugar en su cama, pero siempre yo salía corriendo para que su padre no me diera de palmetazos: era parte de la diversión. La última imagen que tengo de Kevin es la de un niño ahogado en las lágrimas, impotente de perder a su mejor amigo.


Por qué ya no estoy con él? ¿será que estoy pagando caro un defecto de mi ya avanzado tiempo de vida? Mi conducta comenzó a sufrir los trastornos típicos de mi edad, es por eso que la reacción de ese fatídico día fue totalmente involuntaria.


Era lunes, como de costumbre mi amo se iba temprano a trabajar y yo seguí el auto hasta perderlo de vista. Regresaba con un trote lento hacia la casa y a lo lejos, en la puerta, avisté la figura de una persona con un palo entre las manos, además, pude ver que esta figura, borrosa ante mis ojos, se acercaba a Kevin. Un misterioso recelo nacía en mi interior. Por simple instinto y por defender a mi querido niño, corrí hacia esa desconfiada silueta. Salté con furia. Segundos después mis colmillos estaban lastimando la mano que alguna vez me dio de comer. Demoré en reconocer la voz del quejido: era mi ama que gritaba ¡Auxilio!


Pasaron dos días de mi terrible atentado, los cuales pasé amarrado a una cadena de fierro reforzado. Y en la puerta, mi amo pegaba un letrero que decía: Se vende perro Siberiano ideal para guardianía de chacra, preguntar aquí lo más pronto posible. Pero parece que a nadie le interesaba, que bueno por mí. Cuando comenzaba ver una luz de esperanza de que me soltasen de esta merecida condena, ese mismo carro que seguía siempre todas las mañanas, ahora me llevaba en su interior. Ver a Kevin llorar desconsoladamente me hizo sentir el peor animal de este mundo, ver a mi ama con una venda en el brazo hizo que mi corazón se resquebrajara. Llegamos a un lugar descampado. Bajamos del auto. El amo me acarició la testa. Regresó al carro, y a toda velocidad se alejó de mí, corrí y corrí, y una vez más perdí el auto de vista: esta vez para siempre.